“Elogio de la silla” divertimento para leer en voz alta

Juancarlos Porras y Manrique

La sola idea de no poder sentarme en una silla y quedarme postrado en una cama de hospital ―luego de un terrible accidente― me llevó, a petición y exigencia de los doctores a incorporarme con todas las reformas y acabamientos quirúrgicos para que mi cuerpo deambulara de nuevo a través de la rehabilitación.

Al modo musical lo hice.

Orfeo tuvo mucho que ver pues un impaciente como yo, es, de alguna manera, una fiera.

Luego vendrían los Poetas a reanimarme. Uno de ellos fue Joaquín Antonio Peñalosa de quien leí lo que sigue:

 

“Debió ser un genio quien inventó la silla. Funcionalismo puro. Milagro de seguridad, comodidad y pequeñez. Segura, basta verle las patas. Cómoda, la espalda y la región glútea, se apoyan reposando dulcemente. Pequeña, sólo cabe una persona para que nadie te moleste. A la medida del hombre, con tal que el hombre no se exceda en la medida.”

 

En los 45 relatos de su Elogio de la silla (JUS, 1977) Peñalosa utiliza el genio del lenguaje que poseemos y lo confirma cuando trata los exordios y quebrantos del ser humano en su vida.

Juega con el más perfecto de los sonidos humanos: la palabra.

Con ella elogia, primero que nada, a un objeto de uso cotidiano y providente, la silla que, a decir de Camilo José Cela, produce una enfermedad que comparten escritores y ciclistas: la cachitis; pero al hombre, hay que decirlo, gusta dicho objeto, porque si “sabe sentarse a meditar, tendrá una vida como un disco” de larga duración, como propone el padre Peñalosa.

Había leído, años atrás, el libro y llevado a cabo una lectura en voz alta en Moroleón durante un encuentro de escritores y promotores de lectura como parte del programa de formación y capacitación, para demostrar, de modo equitativo, el poder de la palabra a voz en cuello.

Eduardo Robles «Tío Patota» ―uno de los mejores cuentacuentos de nuestra República de la letras― celebró la lectura del divertimento literario en voz alta que hice. Más porque éste alude, y lo digo con Juan José Arreola, al “ejemplo de quienes saben hacerlo y resucitan de viva voz el sentimiento y la melodía que bulleron el alma de los autores”.

Para el que esto narra, leer es otra forma de darle vuelta al tiempo. Y de viva voz: mejor.

            Nos leemos en el próximo folio neo-platinesco.